Aunque el epicentro de un sismo ocurra a cientos de kilómetros, en la Ciudad de México los movimientos telúricos se perciben más prolongados e intensos.
La explicación está bajo los pies: la capital se asienta sobre el antiguo lago de Texcoco, un terreno blando que actúa como una caja de resonancia.
El suelo que multiplica el movimiento
El subsuelo de la capital está formado por capas de arcilla, limo y arena con gran contenido de agua, restos de un sistema lacustre. Esta composición permite que las ondas sísmicas, al entrar, se transformen en vibraciones más largas y amplias.
De acuerdo con especialistas en geología, en zonas como el aeropuerto, Tlatelolco y el Centro Histórico, el movimiento puede sentirse hasta cuatro veces más fuerte. No significa que ahí tiemble con mayor frecuencia, sino que el suelo amplifica el efecto de las ondas.
Un ejemplo que marcó la historia
En el sismo de 1985, el temblor duró alrededor de 90 segundos en su epicentro, pero en la CDMX casi triplicó su duración debido a este fenómeno.
Esta condición natural resalta la importancia de conocer la respuesta sísmica del terreno, para reforzar medidas de seguridad y prevención ante futuros movimientos.
México registra más de 40 temblores diarios, aunque pocos se sienten