La tradición del Día de Muertos en México no solo rinde homenaje a quienes han partido, sino que también une a las familias y alegra a los niños, quienes entre el 31 de octubre y el 2 de noviembre recorren las calles repitiendo la frase: “¿Me da mi calaverita?”.
Aunque hoy está asociada con disfraces, dulces y calabazas de plástico, la costumbre tiene raíces profundas en la historia mexicana, combinando rituales prehispánicos y creencias coloniales. Su origen se remonta al siglo XVIII, cuando los niños de familias humildes pedían a los más ricos alimentos o elementos para sus ofrendas, conocidos como “calaveritas” en honor a sus difuntos.
En comunidades como Mixquic, en la Ciudad de México, aún se mantiene la versión tradicional llamada “Campanero”, donde los pequeños piden frutas, pan o tamales en lugar de dulces industriales, preservando el espíritu original de compartir y recordar.
Con el paso del tiempo, la influencia del Halloween estadounidense ha modificado esta práctica, incorporando disfraces, máscaras y golosinas, pero sin borrar su esencia cultural. La calaverita mexicana sigue siendo una de las manifestaciones más entrañables del Día de Muertos, recordando que la muerte, en México, se celebra con amor, alegría y memoria.












