Cuando bajan las temperaturas y las hojas comienzan a caer, muchas personas afirman que el aire adquiere una fragancia especial: “huele a otoño”. Pero, ¿realmente existe este olor estacional?, ¿o es solo una impresión subjetiva? Según investigaciones científicas actuales, ese aroma tan familiar se explica por cambios físicos, biológicos y químicos en el entorno que se combinan con nuestras respuestas emocionales y recuerdos sensoriales. En TV Azteca Puebla te contamos los detalles.
¿Cuál es el origen del “olor a otoño”?
La explicación parte de la naturaleza misma: al llegar el otoño, las hojas de árboles caducifolios dejan de producir clorofila y comienzan a morir, desprendiéndose del árbol y cayendo al suelo. Durante este proceso liberan gases volátiles y compuestos orgánicos como terpenos e isoprenoides. Además, al enfriarse el aire y reducirse la humedad, estos compuestos se vuelven más perceptibles para nuestra nariz, ya que otros olores dominantes del verano disminuyen.
¿Por qué nos parece tan familiar el olor a otoño?
Más allá de la química, está la biología y la psicología. El sistema olfativo se conecta directamente con áreas cerebrales de memoria y emoción —como la amígdala y el hipocampo— lo que hace que ciertos olores activen recuerdos profundos sin que seamos plenamente conscientes. Así, ese “olor a otoño” puede estar reforzado por nuestras experiencias pasadas, actividades propias de la estación (como fogatas, calles arboladas o aromas de especias) y la expectativa cultural del cambio de temporada.
En conclusión, cuando decimos que “huele a otoño”, no somos solo poéticos: estamos percibiendo realmente una combinación de gases, temperaturas, vegetación y memoria, todo en un solo respiro.
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