Una tradición antigua detrás de los propósitos modernos
Los propósitos de Año Nuevo que hoy asociamos con ir al gimnasio, ahorrar dinero o cambiar hábitos no surgieron en la era contemporánea, sino que tienen un origen profundamente antiguo. Hace casi cuatro mil años, las civilizaciones mesopotámicas, especialmente los babilonios, ya veían el inicio del año como un momento clave para la renovación, aunque sus compromisos no eran personales, sino públicos y religiosos. En ese contexto, los líderes prometían a los dioses cumplir con sus deberes, pagar deudas o gobernar con justicia, convencidos de que honrar esas promesas garantizaba prosperidad y protección divina.
Con el paso del tiempo, esta idea evolucionó. Los romanos retomaron la tradición y establecieron el 1 de enero como el inicio formal del año, incorporando prácticas más prácticas y cotidianas, como limpiar el hogar, saldar cuentas pendientes y comenzar el ciclo anual “con el pie derecho”. Aunque seguían existiendo rituales simbólicos, el enfoque comenzó a acercarse a la vida diaria, sentando las bases de los propósitos tal como los entendemos hoy.
Siglos después, la costumbre llegó a América, donde adquirió un tono más introspectivo. En especial durante la época colonial, el cambio de año se convirtió en un momento de reflexión personal y moral. Las personas escribían resoluciones para corregir conductas, mejorar su carácter o cumplir ideales religiosos, una práctica que poco a poco se fue secularizando hasta convertirse en una tradición social más que espiritual.
Ya en los siglos XIX y XX, los propósitos de Año Nuevo dejaron de estar ligados a la religión y se transformaron en compromisos individuales relacionados con la salud, el comportamiento o el bienestar. A pesar de que históricamente se ha cuestionado su efectividad —e incluso se ha documentado que muchas personas no los cumplen— la tradición persiste. Esto demuestra que, más allá de su éxito o fracaso, los propósitos representan un deseo humano constante: empezar de nuevo, corregir el rumbo y creer que un nuevo ciclo puede traer una versión mejor de nosotros mismos.